jueves, 14 de octubre de 2010

¿Sabéis cuando las cosas vienen de dos en dos y nunca sabes sobre cuál escribir? Parece que en París eso de “a mí me daban dos” es l’habitude.


Sobre la cama, el afinador y el metrónomo, las cañas nuevas desperdigadas. Mientras te tomas el café, lo miras. Negro y plata: elegancia pura; el calor de la madera y el frío pinchante del metal en la mañana de otoño que se cuela por las rendijas de una ventana que no cierra bien. Un reflejo dibuja la silueta sinuosa del instrumento que te espera. La vista, la perspectiva de una mañana con él, da fuerza al débil rayo de sol que apenas entra por los cristales sucios.

¿Cuánto hace? ¿Cinco, seis años? ¿Cuánto tiempo te he tenido abandonado? Mi infidelidad no tiene perdón, y lo sé. Tantos años juntos, tantas cosas. ¿Te acuerdas? La hora temida con ese maldito valenciano que tanto nos hizo sufrir, que tantas lágrimas provocó, a duras penas reprimidas. Las tardes de invierno, con el sol del desierto llenando de calor una habitación con piano, fumando en la ventana mientras calentábamos. Y luego las clases de orquesta, a última hora de la noche, ya derrengados. ¡Cuántos viajes acurrucados en la parte trasera de coches viejos tras esas tardes geniales de conservatorio! ¿Y la banda? La salida del ensayo en noche cerrada, ni un alma en la calle o en la carretera, en esa oscuridad que todo lo devoraba. Los conciertos y los certámenes, las cenas de desvarío donde el vino corría como en una orgía romana y acabábamos tocando y bailando pasodobles. El Robus, el Pedrín, el Güili y el Bruno, los dos Forris, las nenas… Nada que ver con las procesiones, ¿eh? Esas terribles procesiones: el frío adherido a unos dedos que apenas si notaban tu contacto; las piernas que no podían, ya al final, aguantar el peso de un cuerpo derrengado tras tres horas; la búsqueda de una pizca de luz con la que leer las marchas nuevas. La delicadeza de La madrugá o la belleza de La Macarena. ¿Te acuerdas, mi vida?

Hoy sí. Hoy sí te acuerdas. Por fin.

El monótono tic-tac del metrónomo, reloj inexorable del tiempo, de la duración de cada nota. Cañas nuevas del 3 ½ en un vaso para su puesta a punto. Entre mis manos heladas, el peso del tubo de madera, de tus llaves frías de metal; en mis labios, el tacto un poco hosco de la caña.

Notas tenidas. ¿Te acuerdas? Esas interminables escalas de redondas. La columna de aire que te da vida; mi aliento. Y, de repente, tu voz. ¿Cuándo fue la última vez? Hace demasiado… Mis labios gritan de dolor y mis pulmones apenas pueden alimentarte. Es más el dolor que te hago que el que sienten mis músculos desentrenados; más el notar cómo te fallo, como me faltan las fuerzas y tu voz es por mi culpa incapaz de inundar el espacio. Lo siento. Lo siento tanto...

Pero todo es práctica, amor; todo lleva su tiempo. ¿Nunca te has parado a pensarlo? Hace más de dos meses que ni siquiera te toco, que no abro tu maletín. Y sí, es verdad, la primera vez ha sido duro. Ambos hemos sufrido. Pero, ¿acaso al final, cuando por fin hemos tocado algo de verdad, no te has sentido bien? Ese intento de Concierto de Mozart, de Concertino de Weber. ¿Acaso, por un momento, no han corrido por tus vetas las fuerzas, por tu interior el aliento vital? Sí, lo sé: no eres ni sombra de lo que fuiste, y es por mi culpa. Apenas llego a hacerte vibrar, a dar vida a pasajes y piezas tantas veces ensayados, tantas veces repetidos, que nos han hecho reír y llorar. Ya lo sé, cariño: demasiado tiempo. Demasiado.

Es irónico, ¿no? Tener que salir de Madrid para volver a encontrarnos. Quizá nos está vedado estar juntos allí. Es irónico venir a Paris para conocernos de nuevo. Qué diferencia, ¿verdad? Mojácar… París… Quizá tu sonido, ese sonido caoba, dulce unas veces, brillante y orgullosa otras, sea el mejor para la ciudad de Napoleón y Baudelaire, para el refugio de Wilde y Cortázar. Quizá tu ambivalencia, tu camaleónico carácter, funcione mejor en esta gran ciudad, esta metrópoli, confluencia de tantas y tantas culturas. Quizá en nuestra historia era necesaria la luz y la sombra de París. No lo sé, pero es posible. De momento, aliento mío, nos hemos vuelto a encontrar, aquí, en París. ¿Y no es acaso París la Ville de l’Amour? On peut donc continuer notre affaire, chérie. On peut nous rencontrer ici, à Paris, et se souvenir de tout; et vivre un autre fois la plus brûlante histoire d’amour. Qu’est-ce que tu penses, chérie? On essai?

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