Cuando, el otro día, Loïc me preguntó si sería capaz de montar una estantería del Ikea, y le dije algo así como “la duda ofende”, pero en francés, lo que no me imaginaba es que, tan sólo una semana más tarde, me vería poniendo un cerrojo por primera vez en mi vida.
Realmente, poner un cerrojo no es tan difícil: coges las medidas más o menos, haces el bujero, metes el bombín y pones los tornillos. No, claro, si lo difícil no es poner un cerrojo: lo difícil es hacerlo con una taladradora con la que no puedes ajustar las brocas; lo difícil es hacerlo sin ningún tipo de lija a mano, sólo con un martillo, un destornillador doblado y unos alicates de cortar. Lo difícil, señores míos, es hacer un agujero de dos centímetros de diámetro con brocas del 4 que se caen cada dos minutos, sea dentro o fuera de la casa, con la única alternativa de utilizar el destornillador como cincel y los alicates de manera similar, girándolos dentro del agujero a ver si sale algo de virutilla, y las brocas inútiles de la taladradora como lijas. Eso, damas y caballeros, es lo difícil de poner un cerrojo a una puerta.
Lo bueno, que Paola y yo nos lo hemos pasado pipa escondiéndonos, muertas de la risa, cada vez que oíamos pasos en la escalera, amén de lo bien que se siente una cuando, contra todo pronóstico, se descubre a sí misma más manitas de lo que alguna vez pensó. —¡Qué pasa! ¡Que yo eso de los cables y los enchufes, de las seguetas y los clavos, lo tengo más que superado de hace tiempo! Que se lo digan a Paola, lo bien que hicimos los empalmes el otro día para usar una lámpara de mesa como lámpara de techo. Que somos unas máquinas.—
Lo malo, amén del cansancio mental que el trabajito nos ha dado, es que el dichoso tema me ha eclipsado un finde estupendo con Juanki.
¿Cómo deciros? No es sólo que haya venido y haber visto que estamos como siempre, que la cosa va bien, y que me haya obligado a comprarme otra cortina para cerrar mi cuarto (ahora, con la coña, una cortina es blanca y la otra verde manzana). No, lo bueno es que me he pasado todo el finde conociendo mi barrio con mi chico. Pero claro, no es un barrio cualquiera: es el IIe de París.
No sé si os he hablado ya de mi barrio. En fin, supongo que lo primero que debería deciros es que mi calle es famosa por ser la de las putas viejas desde el siglo XVIII, por lo que tampoco puedo decir que me extrañara demasiado cuando Paola me dijo que ese señor tan amable que me había subido mi gigante maletón cuando llegué es en realidad el chulo de las dammes de mi portal. Ahora, que nada que ver con la calle Amor de Dios y otras por el estilo de Madrid. ¡Qué va! Aquí, hasta las putas tienen ese je-ne-sais-quoi francés que les da, dentro de su condición, cierta clase. No sé, supongo que el conocerlas ya, el saludarlas todos los días —Bonjour! Bonjour!—, el verlas con el perro o tó viciás a la Nintendo DS entre cliente y cliente…; el saber que tienen horario de diez de la mañana a ocho y media de la tarde, y que cuando llegues de clase a las diez de la noche ya no van a estar… Pues, oye, esas cosillas, como que le quitan sordidez al asunto.
Pero bueno, eso ya lo sabía yo antes del finde. Lo que he descubierto con Juanki, en cambio, es que si tiras por mi calle para arriba hay mogollón de tiendecitas de barrio y terracitas de braseries, que los domingos cierran al tráfico. Lo que he descubierto es que hay un cine de Arte y Ensayo en la plaza del Centre Pompidou, a diez minutos de casa, y que si sigues Saint Martin para abajo, hay una iglesia gótica —supongo que la de Saint Martin— preciosa y donde todos los sábados hacen conciertos y otras movidas culturales. Y también que si sigues para abajo y cruzas el Sena, hay un mercado de flores y plantas como el antiguo de San Miguel, de estructura de hierro y acristalado, nada caro para ser París. He descubierto que Rivoli es como preciados y la parte de abajo de Saint Denis, un poco como Montera. Que Les Halles se convierte, en fin de semana, en un parque precioso donde ir a leer cuando hace sol. He descubierto que mi casa está equidistante de la Opera Garnier por el Oeste, de la Place de la Republique por el Este y de Notre Dame de Paris por el Sur. Al norte tengo Montmartre, pero aún no he llegado a subir. He descubierto, en fin, que me encanta mi zona: que vivo en una calle sórdida y popular con historia, en pleno centro de París, y por un alquiler de risa para la Ville des Lumières.
He descubierto, también, que puedo ir por Paris sin mapa y no perderme. Que puedo ir con mi chico tranquilamente sin tener que soltarle la mano cada vez que llegamos a una esquina porque, más o menos, sé a dónde vamos a llegar. Y me encanta. Me encanta estar aquí, vivir aquí. Y me encanta enseñarle la ciudad, mi ciudad, a mi chico.
Sí, definitivamente, un gran finde. Lástima que mañana empiece otra semana y tenga que madrugar, pero, ¡qué narices!, ¡Tengo todavía tantas cosas por descubrir que lo estoy deseando! Me pregunto si mañana, en Thèâtres Anciennes, empezaremos por teoría o por práctica. Lo de actuar en francés un lunes a primera hora es mortal, pero ¡tan divertido!
Jeje, me alegro de la gran victoria con la cerradura. Yo pensaba que destrozaríais la puerta o que iniciarías otra gran y bella grieta en la pared.
ResponderEliminarEl comprar la cortina fue una gran acierto para poder hacer tranquilamente esa actividad de cama que no encanta; ya sabéis de lo que hablo: dormir a pierna suelta!
Tengo unas dudas sobre tu calle, ¿las putas viejas son las mismas que había en el s.XVIII?, ¿hay relevo generacional? ¿empezaron en esa calle siendo putas jóvenes o es una calle donde acaban estas señoras cuando alcazan una edad?
Muy buena observación, Juanki. Yo estaba pensando lo mismo...
ResponderEliminarVictoria con la cerradura y con París... Felicitations! Ahora, toca disfrutar de la ville et ses lumières...