lunes, 25 de octubre de 2010

Blanco y negro... y sangre

—Come, you spirits
That tend on mortal thoughts, unsex me here,
And fill me, from the crown to the toe, top full
Of direst cruelty! Make thick my blood,
Stop up th’access and passage to remourse,
That no compuctions visiting of Nature
Shake my fell purpose, nor keep peace between
Th’effect and it! Come to my woman’s breasts,
And take milk for gall, you murd’ring ministers,
Wherever in your sightless substances
You wait on Nature’s mischief! Come, thick Night,
And pall thee in the dunnest smoke of Hell,
That my keen knife see not the wound it makes,
Nor Heaven peeps through the blanket of the dark,
To cry «Hold, Hold!»


¡¡Dios!! ¿No lo notáis? ¿No notáis el odio, la ira? ¿No notáis, con sólo leerlo, las manos crispadas, las garras; la tensión en cada músculo? Casi se puede tocar, casi se huele…

 ¡Ah! Lo mejor de Shakespeare son siempre los malos. Nada como este monólogo, como el de Edmound. ¿Romeo y Julieta? ¡Venga, hombre! Un par de lloricas que no le llegan ni a la altura del betún a otros amantes. ¿Othello? ¿Hamlet? Otros que tal bailan. Hasta el mismo Macbeth… Nada, que no, que lo mejor de Shakespeare son los malos. Nadie como él sabe describir el lado oscuro; nadie que sepa hacer palpable la sensación. Decidme, ¿dónde sino chez Shakespeare, puede una serie de palabras, de simples sonidos y conceptos, convertirse en ese cosquilleo en las uñas, en esa especie de necesidad imperiosa de enseñar los colmillos? ¿Cuándo, sino bajo su conjuro, se abren las aletas de la nariz, se eriza el bello? ¿Quién, sino el Gran William, convoca el aullido del lobo, la sed de sangre de la hiena? Como un animal; como una fiera dispuesta a atacar, a morder y desgarrar; una fiera hambrienta del rojo líquido en las garras, deseante del calor espeso en el hocico, hediondo y mórbido, goteante...

Furia. Violencia. Crueldad… Nada que ver con el nôh japonés, con esa perfecta estilización de forma y movimiento, de danza y mímica, de símbolo y abstracción; nada que ver con las finas líneas de yamato-e, los colores suaves, la elegancia del samurai, la delicadeza de la geisha.

Y sin embargo, ahí lo tenéis. La oscuridad amenazante de la niebla; la turbia maraña del bosque; el laberinto del palacio. Un título que evoca el rojo, la muerte, la lucha encarnizada. Un mundo de sombras y claroscuros en el que la imagen habla más que la palabra, en el que las más oscuras pasiones no se muestran sino por un leve gesto, un breve movimiento brusco: el silencio que precede a la tormenta.

Curiosa adaptación, ésta; curiosa transformación. La fuerza del verbo, del verso occidental que todo lo dice, sentimiento y acción, pasión y movimiento, convertidos en sosegada imagen oriental, en composición y coreografía, en silencio y expresión. Un encuentro de las más puras tradiciones teatrales de dos mundos diferentes, la acción de Europa y la estética de Asia; la pasión desbordada y la emoción contenida. Un buen cóctel, la verdad. Lástima que para disfrutarlo necesites conocer bien los dos sabores. Aunque no hay mal que por bien no venga: la biblio de la facul tiene vistas al Sena.

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