sábado, 9 de octubre de 2010

Exorcismo.


Realmente, es una pena no poderme haber puesto a escribir hasta esta hora. A mediodía sabía perfectamente qué y cómo decirlo; ahora se me ha bajado la adrenalina y estoy en blanco.

Hoy Paola y yo nos hemos pasado el día exorcizando la casa de Caroline. Hemos gastado dos sacos de basura, tres estropajos y un bote entero de lejía. Cuando se lo he contado a mi madre me ha hecho la inocente pregunta de si habíamos usado guantes, casi me meo de la risa: hemos sacado aliens de los sitios más inesperados del mundo.

Pero quizá debería empezar por el principio. Hace apenas tres días que me instalé. Y eso que llevo cuatro en la casa, pero el primero no cuenta.

Yo ya había visto lo que llamo mi pequeño cuchitril el día de la visita, y me pareció de lo más hippie y mono del mundo. Ahora, que cuando el viernes, después de un día agotador, dos viajes cargando cosas (uno con trastos y otro con mi famosa maleta) bajo una lluvia torrencial y un frío de muerte, llegué aquí, casi me da un soponcio. Caroline me dio las llaves y se piró, y de repente, a las once de la noche, me encontré en una especie de antro inmundo y sin nada de comer, salvo unas benditas Oreos que llevaba yo en el bolso.

Creo que sobran las explicaciones si, con los antecedentes que ya sabéis, os digo directamente que lo único que podía hacer era ponerme a limpiar. Y ya si os cuento que terminé a las 8 de la mañana, en una casa de menos de 40m2, y calculáis el tiempo, vosotros mismos os daréis cuenta de que algo no iba bien.

De cómo he pasado a esa sensación de terror y asco que nada tiene de sublime a considerar mi cuchitril como una casita adorable, gran parte la tiene Paola. Pasamos pues a la presentación de personajes con otro pequeño flashback.

Llevo en Paris desde el 21 de septiembre, y he tardado diez días de desesperación en encontrar casa. Por fin, hace justo una semana, llamé a una tal Alissa que dejaba su habitación por un año, y vine a hacer la visita. Fue todo muy subgéneris: un trato de palabra inmediato, sin apellidos ni firmas ni nada. A mi, realmente, me daba un poco igual, porque había encontrado una casa y podía entrar el viernes, justo el día en que Johanne me echaba de su casa.

Con esto llegamos a mi famosa noche de horror y sufrimiento, limpieza desesperada con estropajo y espátula y amanecer desastroso de mi primera noche en la casa. Mi compañera, Paola, estaba fuera todo el finde, y mi horror se fue acrecentando ante la perspectiva de haberme metido a vivir con semejante cerda, a pesar de lo que algunos me habían dicho de que las italianas, por lo general, son limpias. (A lo que yo contesté que ésta debía de ser la excepción).

Como mi finde ya lo conocéis, saltaré directamente a ayer, y sigo ya un relato cronológico de mis aventuras. Cuál no sería mi sorpresa cuando, al llegar a casa después de seis horitas de clase en franchute, y esperando encontrarme vete-tú-a-saber-qué de la compañera que me esperaba, lo que encontré fue la taza del café fregada, la casa aún más ordenada de lo que yo la había dejado, y una notita de Paola que me llegó al alma, diciéndome que había visto que yo había fait le nettoyage y que estaba encantada de encontrar por fin una compañera que quisiera hacer de la casa un lugar agradable, que con las anteriores estaba horrorizada. Mira que a mí no me gusta comer sola y apenas había visto a esta chica diez minutos cuando la visita, pero de repente, y tras la idea que me había ido formando de ella a lo largo del finde, aquella me pareció una de las mejores comidas de mi vida, leyendo y releyendo aquella bendita carta que me dio la vida.

Me fui, pues, de lo más feliz a hacer la colada más grande de mi vida, con ropa de más de diez días, una cortina y la funda del colchón (que hasta el momento había tenido del revés porque soy así de lista y no me he comprado una, y que aún después de limpia, sigo poniendo del revés); y, alegre coincidencia, cuando a la vuelta me esperaban cuatro pisos de escalera, doblada como iba por el peso, me encontré en el buzón a Paola, casi me pongo a saltar de la alegría.

Podría decirse que ese fue el comienzo de una gran amistad. Una amistad que empezó por innumerables muestras de amor y agradecimiento por ser las dos de igual parecer en cuanto a la limpieza y la higiene, y que inauguramos yéndonos a cenar las dos por ahí. Una gran cena la de anoche, conociéndonos y comentando grandes ideas para hacer de nuestro pequeño cuchitril una casita adorable.

Unas ideas que, fundamentalmente, se resumían en el exorcismo de Caroline: la que en un principio conocí como Alissa, la compañera de Paola que dejaba el piso; la responsable de toda la mierda y el desorden de la casa, de los pegotes de cera que me obligaron a destrozarme las rodillas el viernes por la noche, de que Paola sólo viviera encerrada en su cuarto y tuviera que irse a duchar a casa de una amiga; la que ha tenido un mes la toalla y las sábanas sucias por en medio y que utiliza la casa como almacén, yendo y viniendo cuando le viene en gana, solamente para meter aún más mierda en la casa. Caroline, de la que hemos pasado toda la mañana intentando no dejar traza en el apartamento y con la que mañana vamos a hablar seriamente para que nos de la llave.

Supongo que la unión hace la fuerza. De alguna manera, la “otredad” de la que tanto habla Cortázar, esa “otredad” amenazante de Casa tomada, está para nosotras personificada en Caroline. Ninguna manera mejor de empezar una relación que la alianza contra un enemigo común, y así hemos empezado Paola y yo: luchando contra la presencia inmunda y horrible de Caroline en la casa. ¿A que parece una historia de terror?

En fin: ha sido un día genial. A pesar del asco, de los aliens, de los chorros de agua negra que caían de los armarios de la cocina, de las estanterías llenas de Caroline que hemos desterrado a la entrada y que amenazan con venírsenos encima cada vez que abrimos la puerta; a pesar de los dos sacos de mierda que hemos sacado y nuestras manos quemadas por la lejía (y eso que hemos usado guantes). A pesar de eso, ha sido un gran día. Un día que recordaré siempre como el momento en que esto ha empezado a ser mi casita, nuestra casita. Cuando he llegado de clase y he visto la nota de Paola ­—“J’aime notre maison”—, ¿cómo deciros? Me encanta. Me encanta mi casa. Me encanta mi compañera de piso. Y yo a ella también. Mañana se lo vamos a decir a Caroline: está fuera. La casa es nuestra, y nadie la va a tomar.

2 comentarios: