Terele Pávez tendida, desnucada. Sobre ella, una maleta de cuadros. La sangre se extiende poco a poco, ocupando el blanco mientras la cámara se aleja. No me digáis que la imagen no tiene poesía.
Creo que ya antes he escrito sobre La Comunidad. Lo siento, no puedo evitarlo. ¿Os habéis fijado que al final, cuando los vecinos cogen la maleta, suenan entre los gritos chillidos de cerdo? Animalización pura y dura. ¿Y qué decir —vamos en orden inversamente cronológico— de la escena en que la Maura está colgada de los caballos, la maleta en una mano, la vida —la pata equina— en la otra, y la Pávez por detrás, ambas dos con caras desencajadas? Darth Vader tampoco se queda atrás, con su «que viene la Fuerza». O Sancho Gracia, empeñado con la escopeta. ¿Y acaso no dan miedo, en la fiesta, las dos del ataque de risa?
Ya una vez dije que esta película bebe directamente de don Ramón. Entonces iba fumada. Por desgracia, ahora no, pero lo mantengo. Lo mantengo y lo afirmo. La pregunta, señores, es hasta qué punto don Alex era consciente de su fuente de inspiración. La evolución, desde luego, es digna de Divinas Palabras. El tema, del Retablo, aunque la lujuria casi desaparece. Muerte y avaricia de la mano: comienza con muerte y acaba con ella, pero ahí queda la avaricia, la sed de dinero. Ahí queda la maleta, siempre presente; y las garras aferradas, los nervios a flor de piel, agarrando con fuerza.
«Parece que llevas ahí el alma». Gran diálogo ése: aquí no hay buenos ni malos; sólo gente desesperada, gente descontrolada. La avaricia pintada en los rostros, en los gestos. Un puñado de perras que vuelven locos, no sólo a la Comunidad, sino a todos. «Esto no me va a cambiar. Soy la misma. Multimillonaria, pero la misma». Sí, la misma, sólo que al principio no lo parecía. El temblor del gesto al encender el cigarro; el tirar varios nada más encenderlos. ¿Eso es ser la misma?
A veces sólo hace falta meter a alguien en situación para saber cómo es. A Julia la meten con unos cuantos millones y se convierte en lo mismo que ella teme al principio. ¿Se convierte? «Eso no se hace; con eso se nace». Joder, y vaya si se nace. Sólo hacía falta encontrarlo, ¿eh? Solo hacía falta tener la posibilidad, y aferrarse a ella. Aferrarse hasta olvidar quién eres, o mejor, lo que creías ser. Aferrarse hasta convertirse en los otros; en perder tu humanidad.
La Comunidad es una historia de aves de rapiña. De buitres y hienas que, ante la vista del cadáver deseado, pierden el control. Unos, ya se sabían carroñeros; otra, aunque no se lo imaginaba, resulta serlo. Y todo por dinero. No dudan en matar —¿cuántos muertos?—, en destrozar, en perseguir. La humanidad perdida por la avaricia. Aves de carroña que se matan entre ellos por una presa, por un puñado de billetes.
La premisa del esperpento es hacer reir por medio de la crueldad. ¿Quién puede evitarlo en esta película? ¿Cómo, si desde el primer momento la falta de identificación con los personajes es total? Ni siquiera la protagonista la inspira. Sólo hace falta fijarse en la ropa, cuya degradación es paralela a la degradación moral. ¿Degradación? No, más bien no: más bien es simplemente conocer a alguien desconocido. Conocerlo en una situación límite. Conocerlo cuando hay dinero de por medio.
Dicen que las familias se pelean por la herencia. Y si eso pasa en la familia, con sangre de tu sangre, ¿qué no va a pasar en una comunidad de vecinos, donde lo único que te une es la escalera y el cubo de basura?
El tema, la avaricia. El desarrollo, contrapuntos grotescos y violentos, amenizados con muerte. Escenas absurdamente ridículas, pero siempre con un tinte negro, muy negro. Ojos desencajados, garras. Valle-Inclán puro y duro. La diferencia, señores, el el medio. ¿Y acaso las acotaciones de don Ramón no son propias del cine? ¿Acaso los más ínfimos detalles de uñas de muertos y clavos oxidados no son sino sueños de alguien que vio nacer el séptimo arte y creyó poder revolucionar la escena? Casi cien años separan a estos dos artistas del esperpento. Cien años y un medio de expresión. Y no se puede negar la maestría de De la Iglesia; el uso de la cámara, la elección de planos. Debería estar orgulloso de esta película: si don Ramón levantara la cabeza, se quitaría su «cráneo privilegiado» ante él. Yo lo haría.
Mira que es grande La Comunidad... Me he quedado un poco "patidifusa" al leer el lado más Modernista de Valle. Una, acostumbrada a los cóncavos recovecos del esperpento, no deja de sorprenderse con las princesitas de ensueño, los jardines italinaos y los caballeros con capa que luchan por amor y honor en medio de un rito de maldición a lo gitanillo de ultratumba... Pero, eso sí, ¿te has dado cuenta que SIEMPRE anuncia el mal agüero con el ruido de animales? Y ya no sólo con el famoso cuervo negro, las ranas o los cerdos -como en la peli-... ¡Bravíssimo! =)
ResponderEliminarPor cierto, estoy terminando el trabajo de Lo Somni... ¿Me pasas algo de lo que hablamos entre leches de pantera sobre la prohibición de los ensayos? ¿Te acuerdas lo que era?
Gros bisous!