Caos. Llantos. Histeria.
Y de repente nada. Ni una emoción. Calma letal. Apatía.
Cierto es que llevo todo el día sin comer; cierto, que mi estómago ha estado revuelto, y el dolor de cabeza no me ha permitido concentrarme en la lectura —¿os he dicho que por fin me estoy leyendo el Quijote?—. Pero qué queréis que os diga: ya he pasado por esto; ya he tenido mi insomnio, mi estrés, mi desesperación. Y no voy a volver a pasar por ello otra vez. Me niego.
Poneros en situación es fácil: mi casera no es mi casera, sino una alquilada, pero normalmente, cuando tenemos noticias de ella, nos altera el karma de una manera exagerada. ¿Cómo deciros? Es una especie de tirana; una cateta de pueblo que piensa que todos los extrangeros somos unos bárbaros, unos bestias, unos idiotas; y por ende, que puede tratarnos como le dé la gana, y puede machacarnos a gusto. Esta vez, no ha sido otra que decirnos que está prohibido tener gatos y que tenemos que deshacernos de ella en una semana.
Sin embargo, para mí ésta ha sido la gota que colmaba el vaso. Le he aguantado presiones y amenazas cuando se enteró de que estaba en la casa. Le he aguantado que nos subiera el alquiler injustamente y sin ninguna razón —mi querida habitación sin puerta y sin cama, por muy encantadora que sea, me cuesta 400€ pavos al mes, lo que considero un tanto caro para el cuchitril en el que estamos—. Le he aguantado pagar una factura de la luz de julio. Le he aguantado que me imponga un pintor mi primer día de vacaciones... Lo que no le voy a aguantar es que me obligue a deshacerme de mi niña.
Así que, para ser breves, le he escrito un mail —por supuesto, de acuerdo con Paola— y le hemos dicho que muy bien, que el gato se va. Pero que nosotras también. Yo no voy a dejar a mi gata y Paola está demasiado harta como para buscar otra compañera de piso y seguir aguantando tonterías, así que le hemos dicho que nos vamos el 31 de enero, siempre y cuando nos devuelva nuestra fianza el 28. Y, ¡ay, amigo!, lo que son las cosas, que su respuesta ha sido suave como la miel: «¡No, no, no! No hace falta que os vayáis en enero. ¡Podéis quedaros también el mes de febrero! Pero, por favor, haced el ingreso el día uno como siempre...». ¡Je je! ¿Quién lo diría?! ¡Por favor! ¡SVP! ¡Marie nos ha pedido algo por favor! ¿Ahora agachamos la cabeza, eh, cacho z***! ¡Ahora somos amables! Ahora, cuando te encuentras que a una semana de fin de mes, se te van las realquiladas y tienes que pagar tú solita el alquiler, ¿no? Ahora que te plantan cara y te encuentras con el marrón, ahora, sí que somos personas, sí que podemos razonar y sí que merecemos que se nos trate con un cierto respeto. Ahora...
Por desgracia, de eso acabamos de enterarnos hará una media hora. Desde esta mañana. Después del caos que ha provocado: las discusiones entre Paola y yo por la gata —los gritos y acusaciones mutuas, las maldiciones y los insultos, las lágrimas—; la histeria de mi madre, que me ha colgado dos veces por Skype; todo un domingo —mi último domingo de vacaciones— tirado, con la cabeza llena de cosas; empezar otra vez a buscar piso en París —sólo pensarlo...—. Si hubiera pasado el Katrina no habría hecho nada en comparación con la que ha armado la dichosa Marie. Y todo para que nos venga ahora con esta suavidad, con esta humildad, con esta buena fé...
Nos ha pedido que seamos honestas. ¿Honestas? Perdona, bonita, pero en lo que tú llamas contrato —un papel impreso en el que apenas se leen los nombres de Marie y Caroline (recordemos que Caroline quedó fuera de esto hace más de tres meses) y la dirección de la casa— no aparece nada especificado: ni muebles, ni aparatos, ni estado de la casa... y por supuesto, nada en referencia a tener animales. ¿Honestas? ¿Llamas tú honestidad a que te pidamos un contrato y nos des un papel que simplemente dice que Paola y yo vivimos aquí, y que además no firmas tú, sino tu hermana? ¿Llamas tú honestidad a subirnos el alquiler sin dar ninguna razón? ¿Y eso de hacernos creer que tú eres la dueña hasta hace apenas dos días, cuando a tu madre —mira tú por donde, que nunca has dado la cara sino por mail o mensaje— se le escapa que no lo eres, que tú eres sólo la alquilada? ¿Honestas? Chatina... No mires la paja en el ojo ajeno.
¡Ah! Y se me olvidaba. ¿Consideras tú honesto el decirnos que tengamos la casa divina para la semana que viene, que van a ver el piso unos posibles inquilinos después de nosotras, y que no nos vas a dar una respuesta de si podemos quedarnos hasta que ellos te digan si están interesados o no? Que ya nos conocemos, hombre... Que lo único que quieres es tenernos en vilo y que estemos calladitas; que te paguemos el alquiler de febrero y, quién sabe, quedarte con nuestra fianza a finales de marzo. ¿Y tú nos pides honestidad? ¡Vete a cagar! Ahora, encanto, que las llevas claras: sí, sí; nosotras te pagamos febrero. Pero por las mismas te lo hemos dejado claro en los mails: el último mes, cóbratelo de nuestra fianza. Ergo, si te pagamos febrero como siempre... ¿Adivinas quién se va a quedar también en marzo? ¿Qué! ¿Vas a venir desde Canadá a echarnos? Eso, eso; que ya te tengo ganas. Sólo por la úlcera que me vas a povocar. Pero como te pille un día por banda... ¡Vas a ver lo que es una bárbara cabreada!
En fin, que esas tenemos: que una se ha cansado de poner la otra mejilla y agachar la cabeza y ha decidido tirar por la Ley del Talión. Veremos cómo sale el asunto. Pero de momento, oye, mira, en lugar de buscar piso en una semana, tengo todo un mes. ¡Si es que hay que ser flamenco en esta vida!
Amparo, Aude está en Madrid y acabo de verla; me ha comentado, a grandes rasgos, algo sobre el alojamiento en la Escuela Española de París. El viernes he quedado con ella; le preguntaré de nuevo para que me cuente más concretamente y te digo cuando sepa algo fijo.
ResponderEliminarBesos, ánimo y ¡¡¡RESISTENCIA!!!
El espíritu de la Resistencia Francesa fluye por tus venas
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