Hace una hora que empecé a escribir. Por desgracia, el tener un ordenador francés —colocación del teclado completamente diferente— y un Office en italiano ponen las cosas un poco difíciles: una toca cosas, cambia signos y no sabe cómo arreglarlo. Vamos que, resumiendo, un lío.
La verdad, no os estaría contando todo esto si no viniera al caso. Y el caso es cuando las cosas no salen como quieres. Pero no es que sea una cosa, no; es que es toda una cadena de fracasos, o desengaños, o como queráis llamarlos, que ya comenzó el lunes de madrugada.
Hagamos un pequeño repaso:
—Sábado tarde: después de ciertos problemas con Skype —mi única forma de hablar con la mayor parte de la gente; ergo, mi ventana al mundo—, de reinstalarlo tras dos horas de líos y demás, mi ordenata casca. Pero casca de por vida. La imposibilidad de hablar con gente, de relajarme tras un día de estudio encerrada en casa —después de una semana asím saliendo sólo a por el pan y a hacer exámenes—, ni siquiera de escuchar música, casi me vuelven loca. Comprobar el domingo que hasta la Fnac está cerrada, y que tengo que esperar al lunes para comprarme otro y seguir encerrada en casa sin otra cosa que hacer que estudiar me lleva a la desesperación.
—Lunes noche: el último examen se hace eterno. Introduction aux Théories Littéraires. Casi 80 páginas de lecturas de filosofía en una noche, después de un maratón de exámenes. A las dos de la mañana, antes de haber llegado a la mitad, te das cuenta de que seguir estudiando es una tontería. Con sentimiento de fracaso (esta vez sí estoy segura del término exacto) decides que la dejas para junio: dos suspensos en una asignatura similar te dan cierta superstición, y además sabes que buen examen y empalme son dos cosas incompatibles.
—Miércoles mañana: primer día de vacaciones (el martes no estaba mentalizada, así que terminé de estudiarme mis ochenta páginas). Hay que hacer la compra e ir a la lavandería; dormir sin hora se queda para mañana. Por lo menos, te dices, hoy la piscina abre todo el día y puedes retormarla y estirar un poco tu pobre espalda después de quince días de mala postura y los kilos y kilos de ropa mojada en un sólo hombro. Por desgracia, el bajón de adrenalina que se venía gestando en mi cabeza me da antes: no duermo hasta tarde, pero me echo una siesta de cuatro horas que me hace perder todo mi primer día de vacaciones y un sol la mar de rico que quería disfrutar saliendo a la calle.
—Miércoles noche: ¿dormir? La z*** de mi casera, que después de subirnos 50€ el alquiler porque le sale de los c****** nos trata poco más o menos como si fuéramos mierda, llama el miércoles por la noche para decirnos que, nos venga bien o no, el jueves a las 8 de la mañana tenemos que abrirle la puerta al pintor. Preguntarle cualquier otro detalle es tontería: somos demasiado tontas y como para comprender cualquier cosa, así que para qué se va a molestar en hacer otra cosa que bufar a Paola por teléfono y recordarle de la manera más impertinente posible que “s’il vient a 8.15 vous devez l’ouvrir, eh?”. A la mierda, señora. Adiós mi día sin despertador. Adiós mi piscina. Adiós mis recados. Adiós mi caña con Severin.
—Jueves: pintor. Madrugón del copón. Resulta que no es sólo el baño lo que va a hacer: con cara de gilipollas —los tres: nosotras por enterarnos; él porque no lo sabíamos— miramos a nuestro alrededor y comenzamos a desmontar el salón como locas. Cocina significa salón, y cuando tu cuarto no tiene puerta, la idea de toda la mierda y el aire enrarecido es bastante peor que aterradora. La esperanza de que todo terminara en un día y la de poder escaparte un ratillo a la pisci desaparecen por completo. Me paso todo el santo día encerrada en mi cuarto. No podemos ir al baño; no podemos cocinar. Los traumas de la niñez —un mes viviendo en una casa en obras— reaparecen. Cuando por fin se va, la caña con Severin ha quedado tan lejos de mi cabeza que simplemente meto a la gata y huyo a recorrerme París. Por lo menos hoy no hace un frío de muerte.
—Viernes mañana: vuelve el pintor. Dice que esta mañana finiquita; esperemos que sí. Mientras tanto, cojo el clarinete: si no tengo nada que estudiar, es la única cosa interesante que hacer en casa —ver la tele antes de la una me da repelús y no me apetece leer. Mi pito querido. Tengo una audición a principios de la semana que viene; para variar mi embocadura está bastante chunga y tengo que repasar una obra y conseguir que suene a clarinete y no a pito de feria. Si consigo mejorar algo durante este finde, va a ser bien poco y con mucho esfuerzo. Pero soy positiva. Tengo que serlo. Quiero serlo, por una vez. Es poco antes de las diez. Empiezo con escalas, la cromática ligada y picada. Y justo, ¡justo!, cuando voy a empezar las notas tenidas —esas notas tenidas que tanto necesito— llaman a la puerta. “Excuse-moi, le bruit me derange beaucoup. Est-ce que vous pouvez arrêtter le bruit?” Le bruit… ¿Le bruit?! ¡Hijo de p***! ¡Será c*****! ¡Me cago en todos su muertos!
Así que, en fin, aquí me tenéis. Dice Paola que el tipo sale antes de las once. Son ya y cuarto y todavía no me he atrevido a intentarlo de nuevo. Ni me he atrevido ni sé si voy a hacerlo. ¿Y si viene otra vez? ¿Qué le digo? “¡Por favor, por favor! Son sólo dos días; ¡este finde! Luego le juro que paro.” Sí, claro, podría. Pero tal y como son estos p**** franceses, me río yo ni siquiera de intentarlo. Le bruit... ¡Así te quedes sordo de por vida! ¡Y ciego! ¡Y...! Le bruit...
Otro día encerrada en casa. Sin poder salir. Sin nada que hacer. Nada que hacer... y mi audición esperándome. Y el puto vecino, con su incultura, su intolerancia, su “yo soy francés y soy mejor que tú”, su puta música chuda-chunda hasta las tres de la mañana...
El pintor está recogiendo ya. En cuando se vaya, vuelvo a coger el clarinete. Y si llaman a la puerta... “Oh, je suis désolée! Je n’ai pas écouté la porte. Désolée, il doit avoir être pour la musique.” Ventajas de no tener timbre.
Creo que por fin empiezo las vacaciones. Por fin tengo tiempo para mí; para hacer lo que quiera. Y quiero tocar. Tant pire pour le voisin. S'il ne serait pas assez imbecile, j'essayerais de ne pas déranger, mais... Ojo por ojo, diente por diente, chatín.
La Bohème es lo que tiene... Si no lo pasas un poco putas, parace que no da tanto morbo... jajajaja
ResponderEliminarÁnimo con los ordenadores. Yo creo que es la France la que está gafada en ese aspecto informático. ¿Te acuerdas de que mi pc explotó un día así sin más? ¡Y era nuevo! En fin, mírate muchas pelis mientras acaban de remodelar el cuarto de baño del terror. Tengo ganas de cine negro... me llevaré pelis pa'cuando vaya, porque ahora: ¡muerte en la biblioteca! Ya te contaré la nueva fauna que se mueve por allí... Por cierto... ¡Han amueblado la biblioteca ésa que está debajo del E-D!
Besotessss